martes, 24 de noviembre de 2015

Cinco reglas de oro para escribir textos científicos





  • La escritura necesita del caos. La primera regla tiene que ver con la necesidad y a veces obsesión por la estructura del texto. La estructura de los textos científicos acostumbra a ser expositiva o argumentativa y requiere del cumplimiento de variados y exigentes requisitos formales. Sin embargo, conviene recordar que los textos acabados que publican las revistas científicas no son más que el producto final de un proceso a veces largo y doloroso que el lector desconoce. Por ello, cualquier escritor debe tener presente la estructura clara y coherente así como un texto bien enlazado, no se produce (casi nunca) de manera automática. A menudo un cierto nivel de desorden y de caos facilita la tarea de ordenar la información y que, aunque no nos guste demasiado mientras se produce, es probablemente inevitable.
  • El proceso seguido y el producto final son interdependientes. La segunda de las reglas que hay que tener presentes indica que un texto interesante, complejo y sugerente probablemente sea el fruto de un proceso que también fue complejo. De ello se deduce que cualquier escritor debería desconfiar del texto que surge fácil, casi sin pensar, a borbotones. Esta forma de escribir en la que vertemos todo lo que tenemos en mente sobre un determinado tema suele ser útil como parte del proceso de escritura de un texto científico. Por ello, es conveniente desconfiar de estas primeras versiones y partir de la idea de que son borradores iniciales que nos permiten disponer del contenido que hay que incluir en el texto final. Basándose en ese contenido, en esas versiones preliminares, a muchos escritores les resulta más fácil elaborar una representación del texto en la que se incluyan los objetivos de la situación de comunicación, los requisitos estructurales, la reflexión sobre la audiencia, etc.
  • La confusión y la confianza son necesarias en su justa medida. La tercera de las reglas que un escritor debería tener siempre presente, tiene que ver con el conocimiento de las posibles frases por las que sus emociones y su estado de ánimo van a transitar a lo largo de la escritura. Decirse a uno mismo antes de empezar a escribir que habrá momentos de confusión y otros de excesiva confianza es imprescindible para no dejarse llevar ni por el desánimo ni por el engaño.
    Sin embargo, disponer de ese conocimiento no inmuniza al escritor y, por ello, cuando realmente cunda el desánimo o cuando nos parezca que lo que acabamos de escribir es fantástico, conviene dejar esa parte del texto y retomarla unas horas o unos días más tarde. La clave tal vez está en encontrar esta justa medida y en no dejarse llevar por ninguno esos sentimientos. Una de las mejores maneras de mantener esa medida consiste en ser conscientes de cómo y por qué nos asaltan estos sentimientos a lo largo del proceso de escritura.
  • Cuatro ojos ven más que dos o dos mentes revisan mejor que una. La cuarta regla apela a la compañía necesaria en una actividad como la escritura, que tradicionalmente suele desarrollarse de forma exclusivamente individual. Y una de las barreras que un escritor tiene para detectar algunos problemas en sus textos, es que tiene dificultad de distanciarse de ellos. La posibilidad de contar con ayuda en el proceso es importante y muy beneficiosa.
  • La reflexión siempre es más útil que la automatización. La última regla de oro apela a las demás, la reflexión consciente sobre las decisiones que tomamos mientras escribimos; el análisis de aquello que nos dio buen resultado y de lo que entorpece nuestra producción, y la intención explícita de elaborar y mantener un representación de la tarea lo más completa posible, son actividades necesarias para escribir textos científicos y que nadie llegue a automatizar completamente. Se aprende a reflexionar de manera más rápida y algunas situaciones repetidas permiten al escritor experimentado disponer de algunas rutinas, pero la totalidad del proceso no es automatizable porque cada situación comunicativa es nueva y diferente y exige una nueva y particular representación del texto que hay que producir en esas circunstancias.
    Lo que sí parece aumentar es el conocimiento condicional, es decir, el conocimiento que proviene de la reflexión y que nos indica cómo, cuándo y por qué una determinada decisión es más adecuada que otra, una forma de empezar es más aconsejable, una estructura textual resultará más indicada, etc. (Castelló, 2007).

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